Acosado por el home office, a veces condenado al zoom, el amor en la oficina, sin embargo, todavía sucede. La contigüidad reiterada termina por producir efectos eróticos. Como esos avisos horribles que terminan por imponer una imagen de prestigio para la marca, a pura fuerza de repetición. Así suele suceder con los compañeros de oficina: personas que en otras circunstancias resultarían más o menos indiferentes y hasta abominables unos para otros, terminan por enamorarse, o por lo menos atraerse, de tanto verse todos los días.
Nadie debería suponer que se trata de una amenaza motivada por la incorporación de la mujer al mundo del trabajo. ¿Se acuerdan del los chistes sobre el hijo del lechero? Cuando no era entre compañeros de oficina, era entre ama de casa y proveedores.
El supermercado viene árido para las señoras, pero en cambio es posible detectar sin esfuerzo las intensas relaciones entre los delivery-boys y las cajeras.
Lo que no es obstáculo para la atracción entre personas del mismo sexo, que siempre existieron ocultas y ahora se atreven a descubrirse.
No tengo cifras estadísticas que me permitan conocer cuántas de estas relaciones se limitan a la fantasía, cuántas realmente se concretan, cuántas se satisfacen con la jactancia.
Los varones suelen medir de acuerdo a una tabla de valores bastante precisa, la calidad de una nueva empleada: en escala de uno a diez, un puntaje para las piernas, otro para la cola, otro para la cara, etc. Las mujeres pueden comentar la apostura de un nuevo y (aunque más no sea por eso) atractivo galán, pero deben esperar a una atenta observación de su conducta para declararlo apetecible o desdeñable.
Por contigüidad, como decíamos, se producen enganches en diferentes niveles: recepcionista-cadetes, por ejemplo. Cuadros ejecutivos entre sí (aquí sí hay novedades en cuanto al ascenso de la mujer en la escala del status oficinesco). Ejecutivos junior con secretarias diversas. (Los secretarios todavía son raros). El esquema jefe-secretaria se mantiene; sigue siendo una relación proclive a la complicidad erótica. Se puede comprobar en los escuálidos telos que sobreviven en la que supo ser la zona céntrica a la hora de salida de las oficinas (fácil comprobarlo echando un vistazo en los garages). Las jefas suelen tener sólo secretarias y otros lugares de encuentro extra laboral.
¿Amor en la oficina? Sí. Y en cualquier otro lado. Entre gente con y sin otros compromisos sentimentales.
Pero es inútil sacar a pasear los ratones por el lugar de trabajo de la persona amada. La trampa está profundamente documentada en los primeros papiros egipcios, en los más antiguos, araméicos pergaminos de la biblia. Muchísimo antes de que se inventara la oficina, muchísimo antes de que estuviera tan cerca de desaparecer.
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