Cuando se llega a los 75 años de la creación de la República Popular China cabe constatar que una de sus claves ha sido entender los signos de los tiempos y avanzar a partir de ellos. Sí, es cierto que la economía china vive momentos complejos después de la pandemia, pero las medidas adoptadas últimamente han traído un sólido optimismo en los hogares y las Bolsas de ese país, más una evaluación positiva en el resto del mundo.
En diciembre pasado la revista Finanzas y Desarrollo del FMI, publicó un extenso artículo analizando la economía china y concluyó con este párrafo: “Histórica y analíticamente, las bases del crecimiento de China parecen ser frágiles. Incluso si no se produce una crisis, los desfavorables factores demográficos, los altos niveles de deuda y el ineficiente sistema financiero frenarán el crecimiento de China. Pero si el gobierno mueve bien sus fichas, también es posible presagiar un futuro más favorable para la economía china, con un crecimiento moderado que es más sostenible desde una perspectiva económica, social y ambiental”.
Ese movimiento positivo de las fichas parece estar en las recientes medidas adoptadas. Oxford Economics dijo al respecto: «Las medidas políticas de hoy son audaces en términos históricos». Por una parte, el Banco Popular de China (el banco central) reducirá los coeficientes de reservas de los bancos hasta el nivel más bajo desde 2020, lo cual podría entregar más de 140.000 millones de dólares de liquidez al mercado.
También se rebajarán los tipos de interés lo que debería llevar a una disminución generalizada de los tipos de interés para promover el crédito en toda la economía. Cambian las condiciones de los préstamos hipotecarios, pasan a ser viviendas sociales las que se encuentran sin vender y se abre una línea de 140.000 millones de dólares disponible para que las empresas que cotizan en bolsa recompren sus acciones y suban su valor de mercado.
Pecan de miopía quienes miren ese paquete preguntándose si con ello China logrará el 5% de crecimiento este 2024. China siempre debe ser evaluada estudiando sus proyecciones, especialmente desde países como los sudamericanos. Estas fuertes reformas ocurren junto a una transformación profunda en la estructura industrial de China, de la manufactura clásica a la digital.
En ese marco, surge una pregunta obvia estos días: ¿cómo pasó China de ser aquel país de 1949, pobre, hambriento, castigado por invasiones y una larga guerra civil, a ser la potencia que es hoy? Por una parte, por tener una lectura propia del pensamiento marxista, el “socialismo con características chinas”. Una senda que no siguió los dictados de Moscú, y donde se mezclan los principios y teorías de Marx con aquellas de Confucio y los sabios milenarios.
Por otra, por una práctica de la planificación con ajustes sobre la marcha. Tras la muerte de Mao y el primer ministro Zhou EnLai, en 1976, emerge la figura de Deng Xiaoping y lleva a China a un modelo inédito: conducción socialista de la economía aplicando instrumentos de la economía capitalista. Hizo muchas reformas, pero hay una que cabe considerar como fundamental: el Programa 863 o Programa de desarrollo de la Alta Tecnología, de 1986.
Allí se definieron siete objetivos de largo plazo. Vale enumerarlos observando lo que China es hoy. Biotecnología, Tecnología espacial, Tecnologías de la información y la comunicación, Tecnología láser, Ingeniería automática, Desarrollo energético, Nuevos materiales. Con su mirada estratégica, Deng anticipó donde debían estar las fuerzas de China en el futuro. En 2024, según la Oficina Mundial de Propiedad Intelectual, los inventores chinos ya presentan el mayor número de solicitudes de patente de inteligencia artificial generativa, superando a los de EE.UU., Corea, Japón y la India, que constituyen los otros principales cinco lugares.
La China de hoy, conducida por Xi Jinping, ya no puede tener un perfil bajo frente al devenir mundial, como decía Deng. Su peso internacional le obliga a ser actor y tener posiciones. Sabe que con Estados Unidos y Europa la determinante está en las tres “c”: cooperar, competir, confrontar.
Defiende lo multilateral e impulsa iniciativas en Seguridad Global, en Destino Común de la Humanidad o en la llamada Iniciativa de la Franja y la Ruta. Pero, más allá de esas propuestas, Xi y el PCCh enfrentan dos grandes tareas ineludibles: por una parte, hacer realidad una industrialización de vanguardia bajo un nuevo concepto de “modernización”; por otra, asumir que, para la China de clase media acomodada, será necesario tener verdaderos canales de “participación” de la sociedad en las decisiones de su futuro.
Probablemente no sigan los caminos de la democracia occidental (nunca la han tenido), pero esos ciudadanos, ya liberados de la pobreza y el hambre del pasado, buscarán expresarse y participar plenamente en las decisiones ligadas a su futuro. Una sociedad digitalizada es otra cosa y el PCCh lo sabe.
“A ustedes se les olvida que nosotros no somos hijos de la Revolución Francesa” nos dijo hace poco un historiador chino. Y agregó: “somos hijos de nuestra historia allí tenemos que encontrar las respuestas”. En sólo 75 años China volvió a ser determinante para el devenir del mundo, lo cual genera un desafío clave de dos vías: que el mundo entienda a China y que China entienda al mundo.
Fernando Reyes Matta es Director del Centro de Estudios Latinoamericanos sobre China, de la UNAB. Ex embajador de Chile en China.
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